Santander, la capital de la verde Montaña, ciudad amable, cosmopolita y elegante
se asoma a la mar brava desde los acantilados grises y las playas de finas
arenas. Este fue el Portus Victorae de
los romanos, que se las vieron y se las desearon para someter a las indómitas
tribus que poblaban el territorio, los guerreros que seguían cantando himnos de
victoria incluso crucificados.
Olvidado el poblado romano, los monjes
construyeron la abadía de San Emeterio cerca del mar, núcleo inicial de una
aldea que se hizo ciudad y cuna de expertos navegantes.
Los santanderinos
suministraron la primera marina de Castilla, la que cortó el puente de barcas
que cruzaba el Guadalquivir en la conquista de Sevilla. Por eso aparece la Torre del Oro sevillana en el escudo
municipal.
Santander cuenta con 19 parques y diez playas
que tienen la fama de ser las mejores playas urbanas del mundo. La parte
antigua esta reconstruida tras el incendio que devasto 40 calles de la Puebla
Vieja el 15 de Octubre de 1951, pero los palacios modernistas que miran al mar,
el Casino, el Banco de Santander y los demás son genuinos.
En la plaza
de Santander, porticada, una de las más bellas de España, con sus comercios
antiguos y modernos, el viajero atiende al reloj del ayuntamiento, que más que
dar las horas las canta, mientras las parejas sentadas en los veladores de las
terrazas corroboran la técnica básica del galanteo, lo que la naturalista Diane Ackerman denomina “alimentación de
cortejo” ante un plato de rabas.
En los jardines de Pereda, un parque que se
extiende entre los edificios históricos y los muelles, hay un peñasco
artificial con una estatua de bronce del novelista local rodeado de los
personajes de sus novelas. En esta parte el edificio más importante es el Banco
de Santander.