viernes, 22 de febrero de 2019

Santander en España


Santander, la capital de la verde Montaña, ciudad amable, cosmopolita y elegante se asoma a la mar brava desde los acantilados grises y las playas de finas arenas. Este fue el Portus Victorae de los romanos, que se las vieron y se las desearon para someter a las indómitas tribus que poblaban el territorio, los guerreros que seguían cantando himnos de victoria incluso crucificados.

Olvidado el poblado romano, los monjes construyeron la abadía de San Emeterio cerca del mar, núcleo inicial de una aldea que se hizo ciudad y cuna de expertos navegantes. 



Los santanderinos suministraron la primera marina de Castilla, la que cortó el puente de barcas que cruzaba el Guadalquivir en la conquista de Sevilla. Por eso aparece la Torre del Oro sevillana en el escudo municipal.

Santander cuenta con 19 parques y diez playas que tienen la fama de ser las mejores playas urbanas del mundo. La parte antigua esta reconstruida tras el incendio que devasto 40 calles de la Puebla Vieja el 15 de Octubre de 1951, pero los palacios modernistas que miran al mar, el Casino, el Banco de Santander y los demás son genuinos.


En la plaza de Santander, porticada, una de las más bellas de España, con sus comercios antiguos y modernos, el viajero atiende al reloj del ayuntamiento, que más que dar las horas las canta, mientras las parejas sentadas en los veladores de las terrazas corroboran la técnica básica del galanteo, lo que la naturalista Diane Ackerman denomina “alimentación de cortejo” ante un plato de rabas.

En los jardines de Pereda, un parque que se extiende entre los edificios históricos y los muelles, hay un peñasco artificial con una estatua de bronce del novelista local rodeado de los personajes de sus novelas. En esta parte el edificio más importante es el Banco de Santander.

Santillana del Mar


Llegando a Santillana, el viajero aparca en una plaza empedrada para visitar a pie la población, que es peatonal. La villa de las tres mentiras la llaman, porque ni es santa, ni es llana, ni tiene mar. La primera vez que el cronista visito Santillana había vacas por la calle y por una peseta la vaquera gorda y coloradota te servía un vaso de leche recién ordeñada, pero ahora aquellas vaqueras han adelgazado, se abstienen de mantequilla por guardar la línea y Santillana vive principalmente del turismo.


En el año 870 solo existía un monasterio, en cuyo entorno fue creciendo un pueblo que, en el siglo XIII, se designó capital de la merindad de la Asturias de Santillana. Prácticamente eran tres calles que formaban una y griega, lo mismo que hoy, aunque los edificios que vamos a ver abarcan desde el siglo XII al XVII, todos profusos en escudos nobiliarios. 

El tiempo ha respetado a Santillana. Uno podría sumergirse en un ambiente medieval si no fuera porque el pueblo está limpio y no huele a estiércol y a humo y porque decenas de comercios, asoman sus géneros a las puertas antañonas para captar la atención del turista. Es necesario una guía de viajes para conocer otras ciudades.

En el museo de la Inquisición asoma por encima de la tapia, una gran jaula de hierro, tamaño humano, que contiene un esqueleto de apariencia natural, pero puede que sea de plástico. 

Más allá del antiguo pilar lavadero se abre una plaza donde se alza, como un escenario, la fachada noble y romántica de la colegiata con su puerta de medio punto y su galería superior. El claustro contiene una estupenda colección de capiteles historiados.

Playa del Sardinero y los Raqueros


El santanderino paseo de Pereda se prolonga hasta el atracadero de las reinas, las lanchas que llevan pasajeros a Somo y Pedreña, cruza la bahía. Hay cuatro niños de bronce sentados en el muelle, uno tirándose de cabeza al agua. 

El monumento conmemora a los Raqueros, unos niños que se saben un chapuzón, para buscar las monedas que les lanzaban los turistas. Así se ganaban la vida, los pobres.


El que viene de fuera llama playa del Sardinero al espacio de arena y mar en el que los santanderinos distinguen varias playas sucesivas: el Camello, la Concha, la primera playa del Sardinero, la segunda playa del Sardinero, y la playa de los Molinucos, ya torciendo hacia el cabo Menor. 

Aquí empezaron los baños de ola. Los primeros bañistas aparecieron en el Sardinero en tiempos de Isabel II, en 1861. Si proseguimos el paseo gasta los jardines de Piquío veremos altísimas palmeras y olmos centenarios de enormes troncos. 

Se prolonga en el parque de Mesones y el de Mataleñas, que se extien de hasta el cabo Menor. Este parque lo creó una familia muy viajera, los Pérez Izaguirre, que traía semillas de todas partes.