viernes, 22 de febrero de 2019

Santillana del Mar


Llegando a Santillana, el viajero aparca en una plaza empedrada para visitar a pie la población, que es peatonal. La villa de las tres mentiras la llaman, porque ni es santa, ni es llana, ni tiene mar. La primera vez que el cronista visito Santillana había vacas por la calle y por una peseta la vaquera gorda y coloradota te servía un vaso de leche recién ordeñada, pero ahora aquellas vaqueras han adelgazado, se abstienen de mantequilla por guardar la línea y Santillana vive principalmente del turismo.


En el año 870 solo existía un monasterio, en cuyo entorno fue creciendo un pueblo que, en el siglo XIII, se designó capital de la merindad de la Asturias de Santillana. Prácticamente eran tres calles que formaban una y griega, lo mismo que hoy, aunque los edificios que vamos a ver abarcan desde el siglo XII al XVII, todos profusos en escudos nobiliarios. 

El tiempo ha respetado a Santillana. Uno podría sumergirse en un ambiente medieval si no fuera porque el pueblo está limpio y no huele a estiércol y a humo y porque decenas de comercios, asoman sus géneros a las puertas antañonas para captar la atención del turista. Es necesario una guía de viajes para conocer otras ciudades.

En el museo de la Inquisición asoma por encima de la tapia, una gran jaula de hierro, tamaño humano, que contiene un esqueleto de apariencia natural, pero puede que sea de plástico. 

Más allá del antiguo pilar lavadero se abre una plaza donde se alza, como un escenario, la fachada noble y romántica de la colegiata con su puerta de medio punto y su galería superior. El claustro contiene una estupenda colección de capiteles historiados.